h2>Dating : Los tres mosqueteros
— Gímenos
— ¿Disculpa?
— Gímenos
— No sé, ¿cómo quieren que-
— Sólo gime
Cuando uno hace una ridiculez, generalmente ésta se adhiere a la memoria como una estampa que poco a poco se va despegando hasta quedarse colgando de un brazo necio de pegamento. Mi brazo necio de pegamento era seguirme juntando con ellos.
— Isla Tavares
— Presente maestra, buen día.
— Benicio Toledo
— ¡Presente presidente maestra!
— Octavio Tapia
— Presente mamá.
Cuando conocí a Isla y a Benny tenía nueve años y le acababa de decir mamá a la maestra. Era nuevo en la escuela y los dos se ofrecieron a llevarme a la caja de objetos perdidos. Acababa de extraviar el cuaderno de tareas y estaba seguro de que alguien lo había robado, sin embargo, la maestra insistió en que fuéramos a buscar en la caja. Yo accedí porque no podía seguir mirándola a los ojos después de lo que le dije.
— ¿Cómo se me ve? — preguntó Benito a Isla con un inhalador entre la muñeca y el dorso de la mano. — ¡Piu, piu!
— Deja eso, tonto, seguro alguien lo necesita. — ¿Tonto por qué? Tonto el que perdió esta cosa, ¿qué no se supone que son para respirar?
Benny tenía razón, sólo un tonto podía haber perdido un inhalador. Así que, discretamente, manoseé mi bolsillo izquierdo. No estaba.
Cuando regresamos al salón, abatidos por no encontrar el cuaderno como tres mosqueteros malogrados, (pero yo secretamente ganador con el inhalador escondido entre mi ombligo y el suéter), me di cuenta de algo. Desde la mochila de Isla, se asomaba timidón el lomo de un cuaderno. Pero no era cualquier cuaderno, era mi cuaderno de tareas.
— Sin pena, Tavo, nos conocemos desde la primaria. — dijo Benny mientras me soplaba el cuello de una manera tan extraña, que si no fuera como soy hubiera interpretado como una insinuación sexual. Y hubiera, también, muy acertadamente, declinado la invitación. Pero como no lo vi venir, me dejé llevar por el estupor de su vaho en mi nuca y accedí. Isla había apartado la habitación, porque Benny y yo estábamos bastante más nerviosos que ella.
— ¿Por qué si estábamos tan familiarizados entre nosotros? No lo sé, Isla, ¿quizá porque nunca antes había tenido sexo con dos personas y mucho menos con ustedes? Puede ser, ¿no crees? — me preguntaba y respondía a mi mismo como si fuera algo que había que debatir, como si todavía tuviera tiempo o contara con el temple de analizar aunque sea un milímetro de la decisión que había tomado. Subimos al cuarto.
— Weeeeey Isla, oi.
— ¿Qué cosa? ¡omaigá! No mameeees
Los gemidos de parejas extrañas ambientaron la experiencia desde que llegamos. Nos reímos porque no había de otra, o porque nos escucharíamos así, o quizá, porque temíamos no llegar a escucharnos así y acabar echados mirando el techo, analizando la decadencia que nos había llevado a realizar el acto por voluntad propia. “El acto” seguía pensando en el sexo como “el acto” esa era una prueba más de que no estaba listo para esto, ni para esto ni para nada. Me sudaban las manos.
— ¿Tavo? Wey Taaaa-vooo… Tierra llamando a Tavo.
Agité la cabeza, acá en la vida real todavía éramos amigos, aún no habíamos determinado nunca volver a vernos, aún no nos mudábamos a diferentes países para jamás volver a interactuar. En la vida real Isla no había quedado embarazada y no se había tenido que hacer una prueba de paternidad en la que Benny y yo nos disputaríamos la crianza de un bebé invisible en un ring televisado por cadena nacional. Un bebé que con suerte sacaría las pestañas tupidas de Isla, los caireles petroleros de Benny y mi sonrisa, que siempre habían dicho que estaba muy linda, muy hogareña. ¿A qué se referirían con eso? No lo sé, pero sonaba bien.
— Tavito ya pon atención que nos van a hacer examen.
— ¿Qué? ¿Examen? ¿cómo? ¿quién? ¿de qué?
Isla y Benny soltaron una carcajada, era broma. Benicio siempre hacía lo mismo, bromas y más bromas. ¿Y si durante el acto lanzaba una broma? ¿Una como ésta que yo no entendería? Los imagino riéndose desnudos por la broma y yo desnudo también pero menos divertido, enseñando los dientes como un elote acartonado. Y ellos asustados. No, asustados no. Con asco ¡Guácala Tavo! ¿cómo se nos ocurrió haberte invitado? ¡Mírate! Y después riendo como hienas. Y yo feo, sintiéndome muy yo, muy Tavo. Con las piernas flacas y las nalgas aguadas, Tavo aguado, hasta rima. Ojalá que todo pase rápido para que no se den cuenta de mis músculos flojos. Un beso por aquí, otro por allá, pero tampoco tan allá, un por allá más para acá. Y fin, ¿eso fue todo? Sí. Me la pasé muy bien ¿tú? Muy bien también, un gusto. Aquí se rompió una taza y cada quien para su casa. Pero no, tampoco quería eso. Yo quería un ¡Wow, Tavo! ¡Sí, Tavo! Ay Tavo, a ver cuando repetimos. Pero sin repetirlo, solo un “a ver cuándo repetimos” flotando en el aire para siempre. Pero no puedo negarlo, también quisiera un “Tavo, creo que estoy enamorada de ti” o un “Tavo, nunca antes me había atraído otro hombre… hasta que te conocí” ay sí, ¿y mariachis, no? Y al final una cortina de rosas cayendo frente a unas letras doradas “Fin” qué ridiculez, tenía que dejar de pensar estupideces. Agité de nuevo la cabeza y me di cuenta de lo que estaba pasando.
— Isla, tengo que hablar contigo. ¿por qué tienes mi cuaderno de tareas? — Isla sonrió maquiavélica con sus dos frontales tumbados y sólo sus colmillos de leche mostrándose como diciendo ñacañaca. Me dio miedo. Lo que pasaba era que Isla nunca hacía la tarea, pero se la pasaba a Benny a cambio de dos besos de cinco segundos en medio del patio. ¿Cómo lo lograba? copiando la tarea de otros alumnos y pasándosela a Benny como si fuera suya. Eran en verdad una pareja no terrorífica, sino más bien bastante comprometida.
— ¿Y para qué quieres mi cuaderno? ¿Cómo sabes que la tengo bien?
— La reté muy temerario. — No sé, se ve que eres así muy “bien”, muy que hace la tarea y no hace cosas malas.
Ese fue el disparador de todo lo que pasó después. Yo sí era capaz de hacer “cosas malas”, lo que pasa es que no me habían dado la oportunidad. Cuando sonó la chicharra le ofrecí a Benito pasarle la tarea.
— ¿Entonces los besos te los doy a ti? — Dijo Benny enpayasado y burlón.
— Isla se quedó callada unos minutos, pensé que me había metido en problemas. Pero luego se le iluminó la cara y sonrió de nuevo con los colmillos. — ¡Beeeeso, beeeso!
El lugar olía a desinfectante con jabón de trastes. No era el mejor aroma pero por lo menos se sentía limpio. Aunque, si llevara en ese momento mi lupa digital sabría que no. Que no era un lugar limpio y que seguramente partículas de otros encuentros estarían tomando un picnic mientras yo pienso “uy, qué limpio que está” y ellas riéndose y proyectando mi cara enorme en su cineclub de bacterias. “pErO qUe LiMpIo QuE eStà” y minúsculas risas de víruses.
— ¡Un pelo! — ¡Qué asco! — Benny se lo lanzó a Isla y juguetearon.
Yo no podía ni reír. Me temblaban las rodillas. ¿y si no sólo pescamos una bacteria del ambiente, sino una bacteria de alguno de nosotros? ¿y si estamos condenados a morir juntos porque alguno fue portador de un virus mortal que nos predijo morir juntos por hacer “cosas malas”? ¿y si en realidad yo no tenía razón de estar aquí? A decir verdad mi cuarto no estaba nada mal, la necesidad de interacción física no me desbordaba y podía pasarme escuchando música y probando peinados con shampoo. No había ningún apuro de estar en ese lugar de pelos aerodinámicos.
Conforme crecimos nos fuimos dando cuenta de que algo funcionaba muy bien, la dinámica era sencilla: Isla sonreía maquiavélicamente, Benny hacía chistes y yo los mediaba a los dos. A veces yo sonreía maquiavélicamente, Isla mediaba y Benny… bueno, Benny seguía haciendo chistes. Yo seguía siendo el que más hacía el ridículo pero eso no importaba, porque entre los tres nos cuidábamos la espalda. Todos para uno y uno para todos. Sin embargo, las cosas se dieron vuelta cuando Isla se arrodilló frente al patio de la preparatoria y todo el mundo comenzó a grabar. El video recorrió la escuela. Benny llorando e Isla llevándole un anillo de totis que Benny se terminaría comiendo después de seis minutos. La triada se negaba a dejar de lado sus tradiciones, y, fungiendo como una pequeña secta, nos perjurábamos a diario nunca dejarnos de lado. Aunque yo sabía, que ese juramento era solo la proyección de Isla y Benny esforzándose por agendarme en todos sus planes. Todos.
Isla estaba sentada encima de mis piernas, yo sintiendo rebotar sus caireles en mi pecho. Benny sosteniéndome las muñecas como si estuviera esposado a la cama.
— Gímenos
— ¿Disculpa?
— Gímenos
— No sé, ¿cómo quieren que-
— Sólo gime
Seguimos en el acto. Podía sentir el calor de ambos en cada polo de mi cuerpo, Isla se frotaba de atrás para adelante, por más que intentaba mirarla, mis ojos daban vuelta involuntariamente. Logré fijar la vista en mis muñecas, Benny las apretaba tan fuerte que sus venas resaltaban en su antebrazo. Recorrí el camino, sus bíceps se marcaban como dos ladrillos de concreto invencible. Mi respiración se agitaba como una soda pop. Mi sangre hervía burbujas que se evaporaban bajo mi ombligo. Logré mirar a Isla. Sonrió maquiavélicamente.
— Sí, sí, sí, ahhhh, sí ¡Mamáááááá!