h2>Dating : Unifila
Acontece que, después de algún tiempo, se le ofrece limpiarse la cara. Conocía ya — o se había inventado — sesenta y tres formas de pasarse el pañuelo por la cara: de arriba a abajo, de oreja a oreja, en zig zag, con pequeños golpecitos, en impresión a un movimiento, en círculos grandes, sólo en la frente, sólo arriba del labio superior, en círculos pequeños, sólo en la parte izquierda, en forma de vuelo de mosca, en diagonal…
Ahí formado, en esa fila interminable, sopesaba sus años en cada dedo del pie, en cada pregunta inquisitoria, en cada forma de limpiarse la cara. Recordaba a cada tanto lo que él creía cuando era un niño, como cuando su madre decía “No, Jaques, no es que no quiera verte, es que no puedo.” y sabía perfectamente que él no se llamaba Jaques, ni su abuelo, ni su padre. Creía que su madre estaba loca y que quizá Jaques era un duendecillo que vivía en en auricular… ¡Las ilusiones que uno tiene cuando es niño!
Ese día la mujer que estaba en frente de él estaba de buen humor, no se había quejado de la burocracia, no había vociferado sus bostezos ni tampoco lo había llamado imbécil por salpicarle gotas de sudor; estaba conversando, en la fila, como una persona madura y civilizada, casi un milagro.
— …Oh, claro, es que las mujeres siempre somos señaladas. Que si nos arreglamos mucho, que si no nos arreglamos, que si no atendemos a los hijos, que si los sobreprotejemos. Yo entiendo a su madre; una vez también me quisieron encerrar, ya sabe, antes de todo esto. Fui por un dolor de cabeza y el doctor de apenas unos veintitrés años me diagnosticó ansiedad generalizada. ¡Qué vas a saber de la vida!, le dije, ¡Si ni siquiera has de mantener a una mujer! La verdad es que sí lo maltraté un poco, pero es que así soy yo, tengo carácter, soy resia. No me dejo. Su madre seguro fue así, como yo. Yo le creo. Aunque usted diga que sí estaba loca y que el teléfono nunca estuvo conectado, yo le creo. Los hombres son unos cretinos y dejan huellas profundas en una, quizá su madre hablaba con sus recuerdos… Yo también hablo con los míos. Mire, una vez…
¿Él había hablado con sus recuerdos o era una cualidad puramente femenina? Ella siguió hablando. Se secó el sudor con la forma quince: en tres líneas horizontales de izquierda a derecha, la forma para deshacerse de un sudor que casi dolía. Lo intentó.
— ¿Madre? ¿Me oyes? — la voz que le respondió era efectivamente la de su madre, tal como él la recordaba — ¿Quién era Jaques? — en ese momento la fila avanzó, todos comenzaron a reírse, felicitarse, palmearse la espalda. Un murmullo de alegría se elevó entre toda la gente. — ¿Será que ya vamos a llegar?