Dating : Bahías, canales, ciénagas y tantos otros

Hay días buenos y días malos. Días donde la desesperación se me va de las manos y corre cual torrente que logra escapar de la represa habilitante de su límite. Se desdibuja ese límite y aparece la catástrofe encargándose de derribar los cimientos de una ciudad que posteriormente quedará bajo el agua, como una muestra del avasallamiento producto de tus formas. Y no lo notas, pareces inerte al caos que se desata cuando la corriente toca los cimientos de esos lugares que se encontraban construidos hace años y de repente ceden ante una fuerza descomunal que no perdona, sino que espera a hacerlo una vez que vió sus resultados. Recuerda a un niño esperando ver la reacción de su madre luego de hacer algo mal, o un adolescente entrando sigilosamente a casa con la cabeza baja y todavía aturdido por la pastilla de éxtasis que consumió la fiesta.

En la vida se está rodeado de dos tipos de personas: aquellas que temen a la catástrofe de manera previa al choque, y las otras que ya han experimentado la colisión y temen no al golpe en sí sino a los productos de la misma. ¿Qué es más inteligente? ¿Pertenecer al primer grupo y ahorrarse la angustia de una inundación que obliga evacuar a un asentamiento o haber tenido el coraje, estúpido coraje, de probar la sal con la lengua, el barro bajo los pies, y la presión en los pulmones?

Sumergirse en el agua, bajo las condiciones correctas, es una experiencia increíblemente liberadora. Hay diferentes tipos de cuerpos de agua: charcos, ríos, arroyos, mares, océanos, bahías, canales, ciénagas y tantos otros. No quiero ser de los que eligen con un criterio demasiado estricto, no quiero preguntarme, una vez que metí mi cuerpo hasta la cintura, si esa masa de agua es insidiosa, si fue insidiosa. La ciénaga no sabe que su agua, estanca hace tiempo, puede ahogarte; la ciénaga sólamente es. Yo creo firmemente en los sedimentos orgánicos que tiene.